Carta desde el país que no existe
✍️ Tomás García ⎮ Viajero Crónico
Es extraño estar en un lugar como este, un territorio olvidado por todos y al que nadie reconoce. Sin embargo, y pese a que muchos pongan su empeño en convertirlo en invisible, existe. Os escribo esta carta desde Chipre del Norte, un país que los mapas obvian, pero que os aseguro que es real, muy real.
Todo parecía normal cuando aterricé en Larnaca, una de las ciudades más grandes de la República de Chipre y donde se encuentra el aeropuerto internacional que conecta la isla con el resto del mundo. Pero esta isla guarda un secreto que, curiosamente, no muchas personas conocen.
Tras pasar un primer día relajado conociendo el legado colonial de la ciudad y disfrutando de la deliciosa gastronomía chipriota, alquilé un coche para trasladarme hasta Ayia Napa, uno de los lugares más exuberantes que ver en Chipre, una isla fascinante como pocas. A pocos kilómetros de este pequeño paraíso del Mediterráneo estaba mi verdadero objetivo en Chipre; una frontera de la que nadie habla y que me disponía a cruzar.
Su capital, la ciudad de Nicosia, es la última capital del mundo dividida por una frontera. Un muro de hormigón y alambre separa en dos la ciudad. Al sur, los grecochipriotas, iglesias ortodoxas, sus gyros y el euro como moneda. Al norte, los turcochipriotas, con sus mezquitas, kebabs y la lira como moneda. Una ciudad que, en apenas unos metros, ve cómo conviven dos mundos completamente distintos.
Hoy escribo estas líneas después de haber cruzado esa frontera. Me encuentro en un lugar que, teóricamente, no existe. Pero en la práctica os puedo asegurar que todo es muy distinto. Chipre del Norte no solo existe, sino que me ha recibido con los brazos abiertos y con una vitalidad abrumadora.
Desde el primer momento, pude sentir la calidez y hospitalidad de los locales, siempre dispuestos a ayudar y compartir historias sobre su patria no reconocida. No es fácil formar parte de un lugar así y ser empático era una obligación. Llegué a esta tierra olvidada con la misión de aprender y comprender.
La línea divisoria que separa la República de Chipre de la República Turca del Norte de Chipre es apenas un puesto fronterizo con dos casetas. En la primera te piden el pasaporte y registran tu entrada, mientras que la segunda sirve para contratar un seguro que cubra cualquier incidente en territorio turcochipriota con mi coche de alquiler. En esta guía para visitar Chipre del Norte está todo explicado al detalle.
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La compañía de alquiler prohíbe explícitamente cruzar a este territorio, pero de manera extraoficial me dijeron que existía esta posibilidad en la frontera, con el aviso de que ante cualquier problema, ni se me ocurriese llamarlos. Tanto el coche como yo estaríamos de manera ilegal en aquel territorio una vez cruzada la frontera. Estaba solo allí. Para ellos estaba en un lugar que no existe, pese a estar a tan solo unas decenas de kilómetros.
Y de repente, allí estaba, conduciendo por una carretera donde el contraste es inmediato. A ambos lados de la carretera me acompañaban edificios que parecían abandonados, prácticamente en ruinas. Estaba aproximándome a Varosha, probablemente el lugar más inquietante de Chipre del Norte.
El tiempo se detuvo en este antiguo barrio costero de la bonita Famagusta en 1974. Tras un conflicto entre griegos y turcos en la isla, los segundos respondieron a la ofensiva griega invadiendo la parte norte de Chipre. Esto obligó a los griegos que habitaban en Varosha a abandonar sus casas de la noche al día, dejando una ciudad fantasma en cuestión de horas. Es una manera muy resumida de explicar la historia, pero básicamente, aquel fue el punto de partida que originó el lugar en el hoy estoy, un territorio olvidado que solo reconoce Turquía.
En los días posteriores he podido conocer las ruinas romanas de Salamina, un espléndido yacimiento con decenas de siglos de historia que tuve para mí solo y al que accedí tras una breve conversación con los encargados de la entrada. Era el único visitante aquel día y sonrieron al verme. Ni siquiera quisieron cobrarme la entrada, una invitación a la que, obviamente, accedí de buen gusto.
Esas ruinas son solo el principio de un interesante patrimonio que completan lugares como el Monasterio de San Bernabé, la Abadía de Bellepais o la encantadora ciudad de Kyrenia (Girne).
Por no hablar de las fabulosas playas del norte, una costa abrupta y con semblante salvaje que, sin embargo, desprende una paz inmensa. En la Playa de Alagadi pasé una tarde completa escribiendo este breve relato. En sitios como este es más fácil encontrar ideas.
No estaba solo; una decena de personas también escogieron la fina arena de Alagadi para acabar su día. Un grupo de dos amigas y una amiga que hablaban turco, reían intensamente en lo que parecía ser una conversación divertida. Al otro extremo de la playa, una chica joven jugaba con sus dos perros, que estaban en éxtasis corriendo sobre la arena. Me fascina observar la cotidianidad que acompaña el día a día en cualquier lugar del mundo. Da igual lo lejos que estés de casa o lo remoto que sea un lugar, siempre encontrarás a alguien haciendo algo normal. Eso es lo que más nos une; las cosas normales, las que todos hacemos. Esas cosas se empeñan en demostrar que nada ni nadie está tan lejos como pensamos. Y aquí, en Chipre del Norte, pese a que el mundo se empeña en que sea invisible, el día a día es muy visible.
Parte de esa inspiración para escribir la encontré antes de llegar a la Península de Karpaz y por eso acabé añadiendo unas líneas tras mi paso por este lugar solitario y silencioso.
La decisión de adentrarme en este tramo de tierra del extremo este de la isla vino por la curiosidad que despiertan en mí este tipo de lugares que parecen prácticamente inhabitados. Siempre hay algo que aprender de estos sitios y Karpaz me lo confirmó de nuevo.
Me pareció el territorio más bonito de Chipre del Norte. La carretera atraviesa pueblos minúsculos, mezquitas junto al mar, acantilados y playas vírgenes. Los estímulos fueron constantes aquel día. La calma y pausa con la que viven aquí, contrasta con la intensidad con la que yo viví aquel día en Karpaz.
Cada lugar que visité en Chipre del Norte tenía su propia historia y carácter, pero también un hilo común: la sensación de estar en un lugar único, atrapado en el tiempo.
Chipre del Norte me ha enseñado que los mapas no siempre muestran todo lo que existe.