Cosas que he aprendido al viajar
✍️ Magda ⎮ MissCircunstancias
Viajar se ha convertido en una de las cosas más importantes de mi vida.
Para mí, es mucho más que coleccionar fotos o tachar países en un mapa. Es una forma de aprender, de crecer y de conectar con el mundo, con las personas y conmigo misma. Una nueva forma de mirar a la tierra, de acercarte a otras culturas y también de redescubrir tus propias raíces.
Al viajar experimento un peregrinar al exterior y al interior de mí misma. Es una experiencia transformadora, no importa si vas al otro lado del mundo o a unos kilómetros de casa, cada destino tiene algo único que ofrecer y algo valioso que enseñarte.
Siento al viajar una mayor conexión con mi verdadera esencia, disfruto, me siento feliz, libre, afortunada… Cada destino, cultura y personas que he conocido en mis viajes ha dejado una huella imborrable en mi alma, me han enriquecido y hecho crecer.
Quiero compartir contigo las profundas lecciones que he aprendido al viajar, ya sea a lugares exóticos como a rincones cercanos. Porque, al final, no es el destino lo que importa, sino el camino y lo que descubres en él.
La importancia de vivir el presente
Viajar te obliga a estar aquí y ahora. El momento presente se convierte en el centro de todo, no hay tiempo para pensar en el pasado o en el futuro. Todos tus sentidos se agudizan, sientes los aromas de un mercado local en Tailandia, escuchas el sonido de las olas en una preciosa isla griega o simplemente observas el día a día de la gente, sentado en una terraza de Roma mientras disfrutas de una comida típica; cada momento es único.
Hubo un tiempo en el que estuve anclada en el pasado y sólo viajar me devolvía a la vida, me hacía volver al presente. Este hábito de vivir el presente lo he trasladado a mi vida diaria y ha sido clave para encontrar un mayor equilibrio y paz en mí día a día.
La humildad de ser una extranjera en tierra extraña
Llegar a un lugar que te es extraño te obliga a estar atento, a observar, a aprender de las personas y de las costumbres locales. También te obliga a abrirte con gente desconocida, a confiar, a tener empatía y a tratar de entender.
Ir a los distintos destinos con humildad, te ayuda a relativizar y a darte cuenta de lo pequeños que son tus problemas comparados con la grandeza del mundo. Y a comprender lo enriquecedor que es pedir ayuda y aprender de los demás.
La humildad es la única forma genuina de acercarse a lo desconocido, ya sea una nueva cultura, idioma, religión, etnia ó filosofía de vida.
La conexión humana no tiene fronteras
Las personas son el alma de los lugares que visitamos. Y todas en el fondo buscamos lo mismo, amor, conexión y felicidad, ya sea en un pequeño pueblo o en la ciudad más cosmopolita del mundo. Viajar te hace entender que aunque las culturas sean diferentes las emociones humanas son universales.
Conocer a esas personas, ver su bondad, escuchar sus historias y compartir las mías ha mejorado mi capacidad de empatizar y comprender perspectivas que nunca hubiera imaginado. Estas conexiones humanas son, para mí, el mayor tesoro de viajar.
Llevo siempre a muchas de estas personas en mi recuerdo, como Macieng una valiente mujer jirafa que huyó de Birmania, Alom mi guía maya en México, un hombre con grandes capacidades mágicas o a Irene y Vanko que nos invitaron a su Boda en Grecia…
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La importancia de salir de la zona de confort
Viajar te obliga a enfrentarte a lo desconocido: nuevos idiomas, costumbres diferentes o incluso carteles, señales o mapas que no entiendes. Estas experiencias retadoras, me han enseñado que salir de mi zona de confort es la mejor manera de crecer y descubrir de qué soy capaz. Me han hecho confiar en mí misma y en mi instinto, en mi capacidad de adaptación y resolución, ayudando a aumentar mi autoestima.
La riqueza no está en las cosas materiales
Viajar me ha enseñado que no necesito mucho para ser feliz. Las experiencias valen mucho más que las cosas materiales. Los momentos vividos son los que realmente dejan huella.
Así que apuesto por un atardecer en una isla hermosa, una conversación profunda con un extraño, un sencillo plato cocinado con amor o un momento de introspección mientras camino por una calle empedrada al inicio del día cuando la ciudad despierta.
La naturaleza como fuente de espiritualidad
La naturaleza nos recuerda lo pequeños que somos frente a la inmensidad del mundo.
Viajar a lugares donde abunda la naturaleza me ha ayudado a encontrar momentos de introspección y reconexión conmigo misma. Estos espacios de calma son un regalo que trasciende cualquier itinerario turístico.
Las montañas, los bosques o las playas nos ayudan a sentirnos en paz con el universo. En mi caso yo siento una gran conexión con el mar, estando rodeada de agua me siento tranquila y plena. Pero disfruto cualquier contacto con la naturaleza, ya sea haciendo el Camino de Santiago, nadando en un lago, pasando la noche en el desierto observando las estrellas o paseando por una montaña en Suiza.
El mundo nos ofrece paisajes capaces de dejarnos sin aliento que nos permiten conectarnos con nuestra esencia.
La belleza de lo cotidiano
Viajar me ha enseñado a disfrutar de cosas aparentemente simples, la sonrisa de un niño jugando en la calle, la lectura de un libro tumbada en una playa poco concurrida, las vistas del atardecer desde el coche mientras conduces… Estos momentos me han enseñado que la felicidad no está en lo grandioso, sino en apreciar los pequeños detalles de cada día. Las cosas sencillas tienen un encanto inolvidable y cada lugar tiene su magia, sólo hace falta abrir bien los ojos para reconocerla.
La gratitud como compañera de viaje
Cuando viajo me siento muy agradecida por poder vivir la experiencia, por las personas que he conocido, por la belleza de mi propia cultura, por los lugares que he visitado, por lo que he aprendido y sobre todo por tener un hogar al que volver y una familia que me espera.
Cada viaje me ha hecho valorar más lo que tengo y lo que soy.
La conexión con mis raíces
Viajar por un país tan variopinto como es el nuestro, me ha permitido entender mejor mi propia cultura, apreciar las tradiciones locales y sentirme orgullosa de mi identidad.
Cada región es como un pequeño mundo lleno de historia, gastronomía y costumbres únicas. Estos viajes me han ayudado a construir un vínculo más profundo con mi cultura, a entender el carácter de mí país y a valorar mi origen.
Aprender a soltar el control
Viajar te obliga a dejarte llevar y a no tratar de controlarlo todo. Te obliga a ser más flexible y adaptarte a las circunstancias. Por más que intentes planificar, los viajes suelen tener sus propios planes. ¿A quién no le ha pasado encontrarse con un tren que se retrasa, un restaurante al que querías ir y que encuentras cerrado, un aguacero inesperado o unas obras en un monumento?
He aprendido a aceptar los imprevistos, a fluir con lo que viene, a encontrar oportunidades en los contratiempos y a disfrutar del camino, incluso cuando las cosas no salen como esperaba. Cómo cuando perdí un vuelo y tuve que viajar 14 horas en autobús por carreteras secundarias en Marruecos ó como cuando me quedé sin ver el Patio de los Leones en la Alhambra porque lo estaban remodelando.
Valorar la diversidad cultural
El mundo está lleno de colores, sabores, sonidos y tradiciones diferentes. Al viajar he aprendido a valorar esas diferencias y darme cuenta de que la diversidad es lo que hace que el planeta sea tan fascinante.
Desde que viajo celebro estas diferencias, ya sea explorando la riqueza cultural de España o descubriendo las costumbres de otros países. La belleza está en apreciar las diferencias, como la riqueza de la gastronomía del País Vasco, la musicalidad de la lengua francesa, la extroversión de los brasileños, la espiritualidad de los indios, la creatividad de los africanos…
Cada lugar es una ventana a un mundo completamente distinto. Cada región tiene algo único que ofrecer y eso es un privilegio que a veces damos por sentado.
La espiritualidad de estar en movimiento
Viajar me ha conectado profundamente conmigo misma. Hay algo casi mágico en caminar por un lugar desconocido, sintiendo que formas parte de algo más grande. Estos momentos de conexión con la naturaleza, con otras culturas y conmigo misma han sido un regalo para mi espíritu. Son momentos de plenitud, que a menudo los comparo con una meditación en movimiento.
Cada lugar tiene algo que enseñar
Para alguien como yo a quien le encanta aprender, el mundo se transforma en una escuela infinita al aire libre. No sólo las lecciones están en los libros, ya que cada lugar que visito me brinda la oportunidad de aprender algo nuevo sobre historia, arte, tradiciones o sobre mí misma.
Desde aprender a preparar platos típicos en la casa de una familia local, hasta descubrir la historia existente tras un edificio, una persona o un cuadro, cada rincón del mundo tiene una historia que contarte y mucho que enseñarte.
Viajar me ha recordado que el aprendizaje no termina nunca y que cada día es una nueva oportunidad para crecer. Esta actitud de aprendizaje constante es algo que intento aplicar en todos los aspectos de mi vida.
Viajar amplía tu conciencia
Estar expuesta a nuevas culturas y estímulos puede cambiar tu perspectiva sobre lo que es normal o correcto y te ayuda a comprender las luchas y las alegrías de las demás personas.
De igual forma te ayuda a ti mismo, ya que al alejarte de tu rutina diaria puedes reflexionar sobre tus propias creencias, valores, esperanzas, sueños y metas.
También podría decir que con los viajes se amplía tu conciencia ecológica, estar en contacto con diversos parajes naturales, despierta en ti un mayor aprecio del medio ambiente y la necesidad de cuidarlo. Algo similar ocurre con los animales, ya que estar en contacto con ellos te hace darte cuenta de la importancia de la biodiversidad y el papel que cada especie juega en el equilibrio del ecosistema, así como apoyar un trato más ético hacia estos, enriqueciendo tu propia visión sobre el bienestar animal y la conservación.
Al mismo tiempo, viaja te hace descubrir las grandezas y las miserias humanas y tener una mayor consciencia de las necesidades del mundo.
Te hace redescubrir lo cercano como si fuera nuevo
Muchas veces lo extraordinario está a la vuelta de la esquina, no es necesario irnos lejos, hay que disfrutar con la misma intensidad cualquier destino, porque cada rincón tiene algo único que ofrecer. Todo depende de cómo miremos.
Valorar también la belleza de lo cercano, como las calas de la Costa Brava, los verdes prados de Asturias o la arquitectura valenciana, me hace darme cuenta de lo afortunada que soy por tener esta riqueza tan cerca de casa.
Te hace romper estereotipos
Viajar te ofrece la oportunidad de romper los prejuicios o estereotipos que puedes tener sobre un lugar o su gente. Ya que al estar allí en el país e interactuar con locales, puedes descubrir realidades que no se asemejan a la concepción que tenías en un principio o a lo que se muestra en los medios de comunicación.
Viajar te transforma
Cada viaje deja algo nuevo en ti, ya sea una nueva habilidad, un conocimiento, una sensibilidad, un recuerdo o una reflexión profunda. El viaje te hace crecer, te abre la mente y el corazón. No importa si el destino es cercano o exótico, cada vez que vuelvo a casa, siento que soy una versión más completa de mí misma, más consciente de lo que soy y de lo que puedo aportar al mundo.
Con todo esto lo que quiero decir es que adoptes el viajar como filosofía de vida, ya que es una forma de aprendizaje constante, de estar abierto al mundo y a lo que éste te ofrece y de descubrirte en el proceso a ti misma.
No importa dónde vayas, lo importante es viajar con el corazón abierto y dispuesto a absorber las lecciones que el camino tiene preparadas para ti.
Y tú, ¿qué has aprendido de tus viajes? ¿qué destinos te han marcado más?
¡Estoy deseando conocer tus historias!
P.D: Y no te preocupes por el dinero, porque el dinero que gastas en viajar… ¡es el único que te enriquece más! ; )