El turismo de Instagram y TikTok: La moda de ir a cuántos más destinos mejor
✍️ Sergio Sánchez ⎮ Los viajes de Gulliver
En los últimos años he visto cómo mi pueblo, esa pequeña localidad en la comarca malagueña de la Axarquía, el lugar en el que veraneaba e iba -y sigo yendo- durante las Navidades y fines de semana, Frigiliana, se ha hecho especialmente famoso.
No creo que sea solo por el turismo de Instagram, pero me sirve como hilo conductor para hablar y criticar un poco esta moda que ya no es tan pasajera.
En Frigiliana siempre hubo extranjeros que visitaban la Costa del Sol durante su jubilación y quedaban encantados con el pueblo.
Muchos de ellos echaron raíces y con el paso del tiempo son parte de la familia aguanosa, los lugareños. Es gracioso ver las listas de reina y caballero de la Feria de San Sebastián con apellidos holandeses, alemanes, daneses o británicos mezclados con los tradicionales Retamero, Castillo o Montilla.
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Pero no iba mucho más allá. Sí, había turismo, pero de cercanía y controlado. Años antes, en los ochenta, la vecina y costera Nerja, con su mítica serie Verano Azul, la que también fue reclamo para el turismo nacional.
Ahora corren otros tiempos. La llegada de las redes sociales como Instagram y TikTok han conseguido además que mi pueblo sea conocido también fuera de nuestras fronteras.
Es super curioso que un sábado cualquiera puedas encontrarte varios autobuses de japoneses o coreanos que con su innata curiosidad recorren sus empinadas y empedradas calles quedándose embobados con el blanco de las fachadas y las bonitas y coloridas flores repartidas por todo el Barribarto, el casco antiguo.
Casi todo el pueblo vive del turismo, ya sea con restaurantes o cafeterías, tiendas de artesanía o casas de alquiler, y eso ha hecho que sea un lugar en el que sus habitantes viven cómodamente.
De hecho, en parte este éxito se sustenta al mismo tiempo en la celebración del Festival 3 Culturas de Frigiliana, con gran acierto por parte de los organizadores, ya se ve en la cantidad de gente que asiste cada agosto a esta pequeña localidad de la Axarquía malagueña.
Pero, por supuesto, todo este fenómeno de las redes sociales y el turismo tiene su parte mala: durante los picos de asistencia en verano no se puede andar prácticamente por la calle. TikTokers e instagramers saturan ciertas calles para hacerse esa foto que ya se ha publicado miles y miles de veces.
En cierta manera, se encamina peligrosamente a lo mismo que vemos, por ejemplo, en el cenote Suytun, en México, donde hay que hacer una cola enorme para echarse una foto, o a eso de mirar a la Mona Lisa o la Capilla Sixtina a través de la pantalla del último iPhone y hacer stories y directos, en lugar de disfrutar de la belleza de estos lugares en vivo.
Y claro, con el low cost, tanto de vuelos como de alojamientos, el fenómeno ha llevado a que cada vez más busquemos el hacer tick en un destino: coger un avión y visitar Venecia, Florencia y Bolonia en un fin de semana, el ir a una ciudad por postear en las redes que has estado allí, aunque sea solo por unas horas.
A mí, sinceramente, este tipo de turismo me da mucha pena. Pero entiendo que suceda, pues vivimos en la sociedad de la rapidez e inmediatez. Todo lo queremos ya y no tenemos tiempo para nada. Alguna vez he caído en eso también.
Lo peor es que vivo en una ciudad en la que esto se palpa en el día a día.
En Málaga vemos como los cruceros atracan en el puerto por la mañana, y a eso de las siete de la tarde ya están abandonando la ciudad. Poco tiempo para disfrutar de una ciudad como esta, de pasear por sus calles, de tomar una cerveza al sol o disfrutar de una agradable tarde en una cafetería frente al mar.
El principal problema que ha surgido con el auge del turismo en los últimos diez años es la expulsión de los habitantes del centro histórico, que han tenido que salir de allí por el encarecimiento del precio de la vivienda y por la proliferación de pisos turísticos, al igual que en otras ciudades como Barcelona o Lisboa.
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Además, el centro siempre fue un lugar en el que degustar la gastronomía local y pasear por algunas de sus tranquilas calles, sin embargo se ha convertido hoy día, casi en toda su extensión, en un espacio en el que abundan las cadenas de restaurantes y las terrazas que en determinados casos incumplen la normativa municipal y ocupan más espacio urbano del debido.
No quisiera ver cómo Málaga se convierte en una Venecia o Las Vegas, un parque de atracciones al que accedes comprando un ticket en la puerta y tienes unas horas para recorrerlo, con un cupo o límite diario de personas que pueden entrar.
Hace un par de años, en 2021, comenzaba a ver un patrón en Instagram: parecía que mucha gente de mi entorno en esta red social había estado en Bali o estaba pensando en hacerlo. Cómo no, yo me sentí super atraído por este destino también.
Y ahí está la situación: el Gobierno ha tenido que establecer unas normas de comportamiento en los templos sagrados y de respeto para con los locales, la isla y su entorno natural.
No cuesta nada pararse un momento y pensar que, aunque nosotros seamos turistas en ese momento, los que están allí viven en el lugar. No son figurantes, y tienen que lidiar cada día con esa realidad, aunque se ganen la vida con ello.
Por ello, debemos hacer un turismo responsable y ponernos en el lugar de los locales, creando el mínimo impacto en su día a día y mostrando respeto por sus costumbres y cultura.