En San Valentín celebra el amor propio viajando

✍️ Olga Riloba ⎮ My Lifetime Journey

Querida viajera solitaria

¿Alguna vez has soñado con escapar de la rutina y celebrar San Valentín de una manera totalmente diferente?

Mientras el mundo entero parece girar en torno al amor en pareja, tú tienes la oportunidad de hacer algo distinto. Hoy quiero hablarte directamente a ti, que te encuentras viajando sola, o que sueñas con hacerlo algún día. 

Este es tu momento para recordarte que el amor no siempre tiene que ser compartido con otra persona. A veces, la mejor manera de celebrar el amor es cuidando de ti misma. Y ¿qué mejor manera de hacerlo que viajando sola? En esta línea, quiero compartirte algunas experiencias que me han transformado profundamente mientras recorría el mundo en mi propia compañía. 

Viajar sola no es simplemente moverte de un lugar a otro; es mucho más que eso. Es aprender a escuchar tu propia voz, a sentir el silencio, a apreciar el presente y a descubrir rincones del mundo y de ti misma que no sabías que existían. 

Este San Valentín, te invito a que te animes a celebrar tu independencia, tu libertad y, sobre todo, tu amor propio. 

¿Quieres saber cuáles son esos lugares?  ¡Sigue leyendo y te los cuento! 

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El viaje como un acto de amor propio 

Puede que viajar sola en San Valentín parezca poco convencional. Quizá te sientas un poco fuera de lugar, viendo a parejas cenar en restaurantes románticos o pasear de la mano por las calles. 

Pero permíteme decirte algo: este día, más que ningún otro, es el momento perfecto para recordarte lo valiosa que eres, y que el amor hacia ti misma es igual de importante. 

Viajar sola es una declaración de independencia. Es regalarte la libertad de hacer exactamente lo que deseas sin comprometerte con los deseos o expectativas de otros. 
Es caminar a tu propio ritmo, detenerte donde quieras, comer cuando te apetezca y cambiar de planes si lo sientes necesario, todo sin pedir permiso a nadie. 
No hay mejor regalo que este tipo de libertad. 

Cuando viajas sola, te das el tiempo y el espacio para conectar contigo misma de una manera que es difícil en la vida cotidiana. La soledad que encuentras en el camino no es un vacío, sino una oportunidad para escucharte. 
Sin las distracciones de la vida diaria o la compañía constante de otras personas, te encuentras cara a cara contigo misma. 
Este es el momento para reflexionar, para conocerte y para apreciar tu propia compañía. 

Cuatro destinos que me transformaron 

En mis viajes sola, he descubierto que algunos lugares tienen una energía especial que te invita a sumergirte en ellos y en ti misma de una manera más profunda. Quiero compartirte cuatro de esos destinos, que no solo me sorprendieron por su belleza, sino también porque en ellos me redescubrí. 

Tromsø, Noruega: Bailando con las luces del norte 

El primer destino que quiero recomendarte es Tromsø, una ciudad en el norte de Noruega que se convierte en un paraíso invernal durante los meses más fríos. 

Mujer paisaje nevado en Tromso

Recuerdo claramente la primera vez que puse un pie en Tromsø: el silencio era abrumador. Todo estaba cubierto por un manto blanco, y el frío cortante me hizo sentir viva de una manera que nunca había experimentado. 

La soledad que encontré en Tromsø fue diferente a cualquier otra que había sentido. Era una soledad reconfortante, casi mágica. Mi primera noche allí fue inolvidable. Me adentré en la oscuridad, solo para ser recibida por las auroras boreales. 
 
Las luces verdes y moradas bailaban sobre mí, y en ese momento, me sentí conectada al universo de una manera indescriptible. 
 
Estaba sola, pero no me sentí sola. Al contrario, me sentí parte de algo mucho más grande.

Explorar Tromsø en solitario me permitió ver el mundo desde otra perspectiva. Cada paseo por los paisajes nevados, cada conversación con los locales me hizo darme cuenta de que, aunque viajaba sola, nunca estaba verdaderamente sola. 

El mundo estaba lleno de pequeñas conexiones, de momentos compartidos con desconocidos que, aunque breves, me recordaban la belleza de la humanidad. 

Uno de los momentos más intensos fue subirme a un trineo tirado por perros. El viento gélido golpeaba mi rostro mientras los perros corrían por la nieve. Me sentí completamente libre. 
 
En Tromsø, aprendí a disfrutar del silencio, a encontrar paz en la soledad y a apreciar la belleza cruda de la naturaleza. 

Este es el lugar perfecto si buscas un viaje que te conecte con la inmensidad del mundo y, al mismo tiempo, contigo misma. 

Kyoto, Japón: Serenidad en cada rincón 

El siguiente destino es Kyoto, una ciudad que parece estar diseñada para la introspección. Desde el momento en que llegué, sentí una calma que rara vez había experimentado en una ciudad. Kyoto tiene esa capacidad de detener el tiempo. 

Mi primera parada fue el Pabellón Dorado, Kinkaku-ji, y su reflejo en el agua me hizo comprender que Kyoto era más que una ciudad; era un santuario para el alma. 

Uno de los momentos más especiales de mi viaje fue caminar por el Bosque de Bambú de Arashiyama

Estar rodeada por esos altos bambúes, escuchando solo el crujido de las hojas bajo mis pies, fue como entrar en otro mundo. Me sentí pequeña y a la vez inmensamente conectada con la naturaleza. Ese paseo me dio el espacio para pensar y reflexionar, sin prisas ni distracciones. 

Kyoto también me enseñó a apreciar la simplicidad. Asistir a una ceremonia del té fue una lección de vida. Todo, desde cómo se servía el té hasta la atmósfera del lugar, transmitía calma y respeto. 
En ese momento entendí lo importante que es detenerse, respirar y simplemente disfrutar de lo más sencillo. 

Reikiavik, Islandia: Naturaleza en estado puro 

Reikiavik es otro destino que me marcó profundamente. Aun cuando es la capital de Islandia, es un lugar realmente tranquilo. Lo que más me sorprendió fue lo cerca que está todo de la naturaleza. 

En cuestión de minutos, puedes pasar de caminar por las calles de la ciudad a estar frente a un volcán o una cascada imponente. 

Visitar la Laguna Azul fue una de las experiencias más relajantes de mi vida. Sumergirme en esas aguas calientes, rodeada de un paisaje volcánico, me hizo sentir una paz total. 

En Reikiavik, la naturaleza está en todas partes, y esa conexión constante con el entorno me ayudó a conectar también conmigo misma. 

Una de las aventuras más memorables fue explorar el Parque Nacional Thingvellir, que forma parte del famoso recorrido del Círculo de Oro
Caminando entre las placas tectónicas, me sentí diminuta frente a la grandeza de la naturaleza. 

En Thingvellir se encuentra la falla de Silfra, un lugar donde es posible bucear entre las placas de América del Norte y Eurasia. Las aguas, increíblemente cristalinas, permiten ver a varios metros de profundidad, lo que convierte esta experiencia en algo verdaderamente único. 

Las otras dos paradas importantes del Círculo de Oro son los géiseres de Geysir y la cascada Gullfoss

Geysir es una zona geotérmica donde el agua caliente brota desde el suelo. El géiser más activo es Strokkur, que lanza chorros de agua a gran altura cada pocos minutos. ¡La naturaleza nos muestra aquí su lado más imponente!  

Después, está la cascada Gullfoss, una de las más famosas de Islandia. El agua cae en dos niveles y el sonido, junto con la vista de la cascada, te hace sentir lo arrolladora que puede ser la naturaleza. 

Sulawesi, Indonesia: Un encuentro con lo desconocido 

Finalmente, quiero hablarte de Sulawesi, una isla en Indonesia que parece estar alejada de todo. Desde el momento en que llegué, me di cuenta de que este lugar era diferente. No había multitudes de turistas ni ruido, solo un ritmo tranquilo que te invitaba a desconectar. 

La visita a la tribu Tana Toraja fue una experiencia cultural que cambió mi perspectiva sobre la vida y la muerte. 

Las ceremonias funerarias en esta región son únicas, y estar presente en una de ellas me hizo reflexionar profundamente sobre cómo enfrentamos la pérdida y cómo cada cultura le da un significado diferente a la muerte. 

En otro orden de cosas, Sulawesi también me regaló algunos de los paisajes más impresionantes que he visto. Las islas Togean, en el golfo de Tomini, son un paraíso poco explorado, con playas vírgenes y aguas cristalinas que te hacen sentir como si estuvieras en el fin del mundo. 

Bucear en esos arrecifes fue una experiencia que me conectó con la naturaleza de una manera casi espiritual. 

Conclusión: Celebra el amor propio 

En definitiva, estos destinos son solo una sugerencia de partida para vivir tu propia aventura; espero que te inspiren a salir al mundo a descubrir tus límites y a celebrar la mujer fuerte y valiente que eres. 

Este San Valentín, como dijo Coco Chanel: «Lo que me hace diferente es que no soy como los demás». Así que, celebremos nuestra autenticidad y la libertad de ser nosotros mismos. ¡Atrévete a viajar sola y a descubrir el mundo (y a ti misma) desde una perspectiva renovada! 

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