Me llamo Masumi
✍️ Eduardo Gómez ⎮ Los viajes de Lewar
Me llamo Masumi… aunque ya no estoy seguro de quién soy ni a quién le hablo.
Tal vez te hablo a ti, o tal vez no. Quizá sea a esas sombras que se aparecen cada día, o quizá esté hablando conmigo mismo porque todas esas sombras no sean reales.
No recuerdo cómo empezó el día. Seguramente con el escaso desayuno de todos los días. Una insignificante ración de comida y un cuenco de agua. Tal vez sea mi plato favorito, o tal vez no. Una lástima que siempre le pongan esas gotitas de sabor tan amargo que me estropean el plato.
Tomé hasta la última miga del desayuno y, poco a poco, lentamente, el mundo comenzó a girar de nuevo. Volvieron las sombras temblorosas y los recuerdos borrosos, como si fueran un cuadro mal pintado que alguien ha intentado arreglar a brochazos.
Pero, ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿por qué estoy aquí?
En este sitio al que no pertenezco, al que yo no he venido, y del que no puedo salir.
En este sitio donde todos los días son iguales, sin hora, sin fecha, sin luna, sin sol, sin frío, sin calor, sin brisa en la cara.
La gente me rodea, pero la soledad me envuelve.
Has recorrido medio mundo para llegar hasta aquí. Por fin alguien podrá contar mi historia.
Ahora deja que te la cuente.
La Familia de Masumi
¿En qué pensaba? Ah, sí, ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿por qué estoy aquí?.
Imagino que soy alguien que, una vez, tuvo una familia. Los ecos de sus voces suenan hoy como aullidos lejanos, como murmullos que no alcanzo a entender.
Les recuerdo, borrosos, pero les recuerdo. Recuerdo esas tardes de juegos con mis hermanos, abalanzándose unos sobre otros para ver quién alcanzaba antes ese pequeño juguete. Nos recuerdo rodando juntos por el suelo mientras luchábamos para demostrar quién era el más fuerte de todos.
Juntábamos nuestras voces en aullidos imperceptibles para el oído humano, y que sólo una madre es capaz de percibir.
Compartiendo un cuenco de leche en el que no caben más de siete u ocho lenguas tan rasposas como sedientas.
Sentándonos en el regazo de nuestra “haha”, nuestra mamá a la japonesa, para que nos cepillara el pelo y nos acariciara la frente mientras nos relajábamos en un plácido sueño.
Me llamo Masumi, y mi nombre significa claridad. Supongo que ese fue el nombre elegido porque me concibieron para ser libre, para ser feliz, para vivir en la luz y no en las tinieblas.
Pero la vida tenía su destino guardado para mí a la vuelta de la esquina.
¿Tienes un blog de viajes y escribes en español desde cualquier parte del mundo?
Los amigos de Masumi
A ellos les recuerdo bien, o tal vez no. Quizá sólo sean imaginaciones de una vida normal, o quizá ocurrió.
Éramos muchos los que salíamos cada día a nuestro patio en la parte trasera de la casa. Un simple sonido bastaba para que todos corriéramos hacia la calle.
Y éramos felices. Hacíamos lo que todos a esa edad. Recorríamos las calles del barrio y parábamos siempre en nuestros lugares preferidos, aquellos en los que siempre había algo de comer.
Ya sea por la amabilidad de algunos a quienes hoy recuerdo como meras sombras, o por nuestro empeño en rebuscar entre los cubos de basura los restos de los mejores manjares de la ciudad, siempre encontrábamos algo que llevarnos a la boca.
Y así, con la barriga llena y la cabeza repleta de historias que contar, volvíamos a casa cada noche. Una caricia de mi “haha” y a dormir. Mañana será otro día.
Éramos muchos…
Muchos los que allí vivíamos, muchos los que allí sentíamos.
Era cuestión de tiempo que mi “haha” no tuviera más remedio que elegir entre los que seguirían siendo felices y los que deberían comenzar a vivir en el mundo de las sombras hasta que su cuerpo dijera basta.
Quizá fue la maldita belleza de algunos la que tomó la decisión. Quizá fue la hermosa fealdad la que decidió para otros. Supongo que yo me encontraba dentro del primer grupo.
Ese día había algo que no encajaba. La comida era la habitual pero, esta vez, noté algo diferente por primera vez. Un sabor raro, creo que lo llaman amargo, que camufló el sabor de la comida de siempre.
No tuve tiempo de pensar lo que era. Un sueño embriagador se apoderó de mí hasta que mi vista se nubló y mis párpados se cerraron involuntariamente. No recuerdo nada, pero supongo que todo entraba dentro de lo normal.
Un nuevo hogar
Un, dos, tres…despierta.
Me costó despertarme, recuperar el equilibrio. Mis piernas se tambaleaban y apenas sostenían mi peso. Mi garganta estaba seca, como si hubiera tragado arena.
Mi cabeza daba vueltas, tantas que ya no recordaba si el viaje en esa pequeña cárcel había sido real o era inventada. Parece que todo fue real.
Las luces de los focos me golpeaban como si me odiaran. Seguramente mis ojos ya estaban acostumbrados a la penumbra. Quise llorar, pero las lágrimas no brotaban de ellos.
Todavía aturdido, me tumbé junto a otros como yo. Arrinconados entre preciosas pasarelas de suave seda, entre plataformas elevadas donde poder mostrar toda nuestra belleza mientras esperamos a nuestro quehacer diario.
Cerré los ojos y, por un momento, me imaginé en casa…pero ese recuerdo se desvaneció rápido.
Las sombras
Cada día esas sombras aparecen y desaparecen. Trato de afinar la vista y agudizar el oído para percibir algún rostro conocido, algo que me lleve a pensar que estoy en casa. Desisto.
Esas sombras, unas más alargadas que otras, unas más gruesas que otras, entregan su dinero en la recepción para conseguir una bebida y para ganarse el derecho a acercarse a nosotros. El derecho a acariciarnos, a manosearnos y a pasar un buen rato en nuestra compañía.
Por ese dinero sólo hay derecho a hacerlo durante media hora. Si quieres más tiempo en nuestra compañía tienes que pagar más, así de sencillo.
Con media hora suele ser suficiente para la mayoría de las sombras. Un fugaz instante en nuestra compañía y seguirán su viaje hacia quién sabe dónde.
Y entonces te vi
Hoy he visto una sombra diferente. No estoy seguro de si te conozco, pero es como si llevara toda la vida esperándote.
FOTO 5. Pie de foto “Y entonces te vi”
También entregaste tu dinero a cambio de una bebida que no tomaste. También entregaste tu dinero a cambio de tener derecho a estar conmigo, aunque no era eso lo que querías.
Tu también te acercaste a mirarme. Pero tus manos no querían sentir el placer de tocar mi pelo, de tocar mi cara. Tus manos sólo querían ver mis ojos y, cuando los viste, te diste cuenta de que algo no iba bien
El que nos conoce lo sabe. No sabe cómo lo sabe, pero lo sabe.
En ese instante único, nuestras miradas se conectaron. Aunque una de ellas estuviera borrosa y la otra fuera clara como el cristal. Te fijaste en mi interior para darte cuenta de lo borrosa que estaba mi mente.
No sé quién eres, pero ya te conozco. Te conozco tanto que hoy dormiré tranquilo al saber que alguien contará mi historia y la de los que viven conmigo.
Ya no sé quién soy, pero sé que hay algo enterrado bajo todo esto. Quizá sea un atisbo de quien fui o de quien podía haber sido. Pero, por ahora, esto es lo que queda, un día más que no tiene principio ni final, atrapado en esta niebla que alguien fabricó para mí.
Sé que estás ahí, que me has escuchado y que vas a contarlo. Quizá sea tarde para mí, pero quizá no lo sea para otros como yo. Quizá ellos puedan volver a recordar quienes eran.
Entonces tuviste que irte. Habías viajado desde muy lejos y la casualidad te había traído hasta mí, pero tu tiempo había acabado.
Pudiste comprar algo más de tiempo en mi compañía, pero ya habías visto lo que tenías que ver.
Una última mirada fugaz a mis párpados entrecerrados fue suficiente para llevarte mi recuerdo. Una última caricia fue suficiente para llevarte en la memoria todo lo que quería contarte.
Me llamo Masumi.
Yo te conozco, pero no te recuerdo.
Tú me recuerdas, pero no me conoces
Yo te miré, pero no te vi.
Tú me viste, pero no me miraste.
Yo te escuché, pero no te oí.
Tú me oíste, pero no me escuchaste.
Yo te sentí, pero no te toqué.
Tú me tocaste, pero no me sentiste.
Yo quería irme, pero tuve que quedarme
Tú querías quedarte, pero tuviste que irte.
Al fin y al cabo, tú me recordarás, pero yo te olvidaré.
Con cariño, tu amigo Masumi
Viajar para poder contar tu historia
Viajar significa disfrutar de las maravillas más increíbles que el mundo nos tiene preparadas. El ser humano es capaz de crear el mejor de los sueños…pero también la peor de las pesadillas.
Por eso viajar también significa hablar de lo que no debemos crear, de lo que nunca querríamos ver, de lo que nos hace pensar que algo tenemos que cambiar en este maravilloso mundo.
Japón es un susurro de sus cerezos en flor, un torii rojo que enmarca el amanecer. Es el silencio de un tatami bajo los pies, el vapor de un onsen al caer la tarde, el destello de cientos de farolillos iluminando los estrechos callejones de Kioto.
Japón es el contraste de templos milenarios frente a neones eternos. Es el sabor del umami, el arte del haiku, y la armonía de lo fugaz. Un lugar donde cada rincón cuenta una historia que solo allí puede existir.
Pero, como en cualquier lugar del mundo, no todo es de color de rosa, porque el mundo no siempre es bonito. Y esta vez toca escribir de lo que nunca querríamos haber escrito.
Encerrados en locales más parecidos a lúgubres antros de alterne, disfrazados de cómodos y acogedores cafés, conviven cientos de gatos que ven pasar su vida esperando a cualquier turista que quiera rascarse el bolsillo para poder molestarles.
Seguro que no todos son iguales, o eso esperamos, pero en algunos de ellos les han robado el espíritu. ¿quién ha visto a un gato no perseguir un trozo de lana que le ponen frente a sus ojos? ¿Quién ha visto a un gato no saltar entre dos paredes como el mejor de los trapecistas de un circo?
Allí no se ven estas escenas. Sólo hay gatos adormilados, tumbados sobre sus preciosos pelajes esperando a ser acariciados mientras pasan las horas, mientras pasan los días. Y, cuando pierdan su peculiar belleza…
Esta es una llamada a toda la comunidad viajera, a todo aquel que quiera escuchar. Protejamos las cosas bonitas del mundo, protejamos a las personas que en él moran, protejamos a los animales que en él habitan.
Quizá ahora puedas volver a leer lo que Masumi quería contarnos. Quizá ahora quieras volver a leerlo para entender cómo transcurre su vida.
Una mirada bastó para comprender lo que necesitaba Masumi. Esperamos que unas simples letras nos hagan comprender la importancia de proteger una parte preciosa de este mundo.