Mongolia, destino Best in Travel 2024
✍️ Naike ⎮ Descalzos por el mundo
Todos los años, Lonely Planet publica su selección de destinos Best in Travel. Divididos en distintas categorías (mejores países, regiones y ciudades, mejor relación calidad- precio y turismo sostenible), los elegidos del año van encajando como piezas de un puzle.
Encontramos grandes conocidos por todos, como Marruecos en la categoría de mejores países, o el País Vasco en la de grandes regiones; aunque también hay sorpresas, como Pakistán o Kansas City. Sin embargo, creo que el campanazo ha llegado de la mano de Mongolia. Entre los motivos para elegir este enorme y desconocido país destacan los espacios abiertos y aventuras.
Como lectora y seguidora de distintas publicaciones de viajes, percibí el asombro y el desconcierto, a partes iguales, en su elección. ¿Mongolia? ¿Qué hay en Mongolia? ¿Qué se puede ver en Mongolia? Preguntas que se repetían. Y, hasta hace pocos meses, se podía hacer otra más: ¿quién va a Mongolia?
¡Pues yo! Y es que, el pasado julio, tuve la oportunidad de recorrer sus pistas y enormes espacios abiertos. Cuando comenté en mi entorno que iba de vacaciones a este destino asiático, muchos me preguntaron que porque Mongolia. La respuesta que suelo dar es siempre la misma: ¿por qué no? Cuando todo te llama la atención y quieres ir a todas partes, Mongolia está en la lista. No voy a decir que estaba en la de ir ya o en mi Top 10, pero se presentó la oportunidad y la aproveché.
No tuve muchas dudas: el viaje estaba confirmado, tenía esa dosis de aventura y naturaleza que cada vez busco más, no es un destino de turismo de masas (ni siquiera de turismo de no- masas) y, al ir en julio, coincidíamos con la ceremonia de inauguración del naadam de Ulán Bator. Ya está decidido: me voy a Mongolia.
Un recorrido de 16 días que se iniciaba en Ulán Bator, siendo espectadores de la inauguración del naadam, paseándonos entre los puestos de comida y la gente que estaba allí presente vistiendo los deel tradicionales o esperando su turno en el desfile, viendo las competiciones de tiro con arco, lanzamiento de tabas, lucha mongola o carreras de caballos. Cogemos el Transmongoliano hasta Erdenet, donde los conductores nos esperaban con furgonetas UAZ, unos armatostes de hierro de la época soviética que resisten los baches y el campo como auténticas campeonas. El periplo comienza.
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La naturaleza en Mongolia: del lago Khovsgol al Parque Nacional Khorgo
Abandonamos el asfalto para coger pista. Cinturones abrochados y bien agarrados para que los botes no se noten tanto. Llegamos hasta el norte, cerca de la frontera con Rusia, al lago Khovsgol. Coníferas de gran altura y espesor que apenas permiten que el sol se cuele entre sus ramas; aguas de azul turquesa que, en las pocas semanas que no están congeladas, apenas superan los 10˚ , un pequeño campamento de un ort donde vive una familia tsagaan que vende artesanía hecha con asta de renos; yurtas y tranquilidad. Porque, eso sí, tranquilidad y silencio hay para dar y tomar.
Tras esta primera toma de contacto con la naturaleza, nuestro camino continúa hacia el sur. El paisaje también va cambiando: ya no es taiga, sino que perdemos las altísimas coníferas y antenosotros aparece el Parque Nacional Khorgo. Alrededor de un volcán ya extinto, encontramos roca negra volcánica, pequeños pinos que crecen en cualquier lugar y campos de lava.
Seguimos hacia el sur, hasta Kharkhorum, la mítica ciudad asociada a Gengis Khan, ya que fue aquí donde, en el siglo XIII estableció una base de aprovisionamiento, y la primera vez que pisamos una urbe en muchos días. La ciudad no vale gran cosa, excepto por el museo arqueológico y el monasterio de Erdenne Zuu. Rodeado por una muralla con 108 estupas, en su interior hay templos que hablan de las distintas fases de la vida de Buda.
El desierto de Gobi
Continuamos hacia el sur, el desierto de Gobi nos espera. Llegamos a Ongi Khiid, la considerada entrada al desierto, con las ruinas del monasterio que le da nombre y, sin ninguna duda, uno de los puntos más impactantes. Cuesta imaginar que existieran 28 templos, cuatro universidades budistas y casi 1.000 lamas, hasta que, en 1939, las purgas religiosas llevadas a cabo por la dictadura lo arrasaron todo y asesinaron a gran parte de los monjes. Hoy en día, se conservan ruinas monocromáticas, un pequeño museo arqueológico, un templo que sigue en funcionamiento y en el que los lamas acuden a rezar y una estupa que recuerda los trágicos sucesos. Un sitio con una energía especial, mucha belleza entre tanto dolor.
El paisaje, por supuesto, va cambiando según vamos haciendo kilómetros. Los pinos o el verde los hemos dejado atrás y ahora estamos frente a un paisaje desértico y, como ningún desierto se parece a otro, el Gobi no iba a ser menos. Confieso que en mi imaginación era una sucesión de dunas de arena amarilla y fina. Y nada que ver con lo que encontré. Para situarnos, se trata del quinto mayor desierto cálido del mundo, con una superficie de 1,3M km2, con unas temperaturas que oscilan entre los 45˚ de verano y los -40˚ en invierno. Y ni rastro de dunas.
Las dunas de Khongor
En el idioma mongol, la palabra gobi se emplea para describir los lugares de roca y guijarros en Asia Central. Después de esta aclaración, es fácil adivinar cómo era el paisaje que tenía delante de mí: de grava oscura, con muchos montículos, zag, un arbusto típico de la zona que se “convierte” en hierbecitas según te diriges hacia el sur. Y sí, al mirar hacia el horizonte tiene una tonalidad verdosa. ¿De dónde me habré sacado yo lo de las dunas del Gobi?
¡Pues de la dunas de Khongor! Tras atravesar el macizo Altái, una lengua arenosa de 180km de largo y unos 15 de ancho nos espera junto al mejor atardecer que te puedas imaginar.
Chist, silencio, mientras que los últimos rayos de sol te acarician la cara, sólo si guardas silencio y se levanta un poco de viento, se puede oír a las dunas silbar, no en vano son conocidas también como las dunas cantarinas.
Y el mejor atardecer tiene que ir de la mano de la mejor noche. Todo el silencio del mundo mientas que una enorme bóveda de estrellas y constelaciones están encima de tu cabeza, luchando por atraer tu atención.
Los Acantilados Llameantes y Tsagaan Suvarga
El desierto de Gobi nos tiene guardadas más sorpresas. Atención amantes de la geología y de la paleontología, este lugar es para vosotros. Los Acantilados Llameantes son unas formaciones de roca anaranjada, conocidos desde que, en 1922, Roy Chapman Andrews desenterró más de 100 dinosaurios y huevos de dinosaurios.
Se puede subir, gracias a las pasarelas habilitadas, hasta lo más alto, donde se descubre el vacío absoluto. Tierra rota por las grietas, cicatrices que las recorren de arriba abajo, una maravilla de la naturaleza. Sin embargo, cabe mencionar que la erosión está avanzando a pasos agigantados: se ha registrado un aumento de tormentas repentinas, además de la deforestación que se llevó a cabo en la época soviética. Sólo tenemos un planeta, cuidémoslo.
Tsagaan Suvarga es un promontorio de roca caliza blanca de unos 30 metros de altura, con vetas de color rojizo y púrpura que la atraviesan junto a los surcos creados por el agua y, detrás, la planicie del Gobi otra vez. El lugar es de una belleza que duele. Con cuidado te asomas al borde, bajas por donde buenamente puedes y vuelves a trepar. El lugar atrapa todas las miradas, es imposible apartar la vista un solo segundo.
El caos de Ulán Bator
Dejamos atrás el Gobi para volver a Ulán Bator, al caos, a los edificios, el ruido y el tráfico que caracterizan la capital mongola. Nos reciben la enorme plaza de Sukhbaatar, donde se sitúan el Parlamento, la Palacio de la Cultura o el Teatro Estatal de Ópera y Ballet, y el recientemente inaugurado Museo de Genghis Khan, en el que se presenta la historia de este país, las costumbres, el Imperio Mongol y, obviamente, la vida de Genghis Khan.
En todos estos días vi más lugares que no he mencionado: el cañón de Yollin Am, el lago Zuun y el Therkhiin Tsaagan, los baños termales de Tsenkher o el templo- museo de Zayiin Khuree. Un recorrido bastante completo, aunque, en un país tan extenso, es normal tener que decidir qué se queda fuera. En mi caso, la decisión me venía dada ya que se trataba de un viaje en grupo pero, la guía Lonely Planet recomienda más lugares.
Otros lugares que se pueden visitar en Mongolia
Al oeste se encuentra un crisol de pueblos nómadas, en los que la kazaja es la etnia predominante, que siguen practicando la caza con águilas, así como varios cuatromiles cubiertos de glaciares y nieves perpetuas. Esta zona se parece más a la Asia Central musulmana que a la Mongolia budista. Como curiosidad, si ampliáis el mapa, se puede comprobar que Mongolia y Kazajistán no hacen frontera, sino que están separados por Rusia por algo menos de 3 kilómetros. Hay un autobús que une estos dos países, sin embargo, al cruzar por Rusia, ¡hay que sacar visado!
Al este tenemos un mar de estepa que, aunque parece que puede ser fácil recorrer, en realidad se trata de la zona menos visitada y más remota, lo que complica la aventura, teniendo en cuenta que los lugares más interesantes están en zona fronteriza, para la que los propios mongoles necesitan permiso. Si quieres salir de las principales ciudades, hay que tener el itinerario prefijado y obtener permiso en la Oficina General de Protección de Fronteras de Ulán Bator, además de irse registrando en las distintas comisarías o bases militares del camino. Vamos, que la improvisación no existe.