Slow travel como modo de vida

✍️ Arantxa BL ⎮ Donde me dejes llevarte.

Hace años, todo mi afán era recorrer un montón de lugares en vacaciones. Recuerdo especialmente un post (que no un viaje) que titulé “8 ciudades en 6 días”. Ahora lo veo y me parece una auténtica locura.

Pero en 2019 decidí probar lo que era viajar sola, y disfrutar de un solo sitio sin prisas, iniciándome, sin saberlo, en eso que hoy llaman slow travel. Una vez que lo pruebas ya no quieres volver a lo de antes.  

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En aquel viaje saboreé la capital de Cádiz, recorrí cada centímetro, me sumergí en sus calles y paseé por sus mares. No dejé prácticamente ningún monumento sin visitar, pero permitiéndome parar a disfrutar de un café o de hacer crucigramas a la sombra; tomé el sol (siempre con protección) en sus playas, cada vez en una diferente; me subí al escenario del Gran Teatro Falla y fantaseé con actuar allí algún día. Conocí gente local, pero también personas que estaban de paso, como yo. Practiqué mi inglés (sí, en Cádiz) y conecté con mi silencio. Todo en una semana de verano. 

A los pocos meses -tal era el gusto que cogí por esta forma de viajar- me animé a visitar sola otra ciudad del sur de España. Granada ya la conocía, pero había sido un viaje exprés (cómo no) y quería ponerle remedio. El 1 de enero de 2020 cogí mi bolsa de viaje y, bien abrigada, me fui dispuesta a patear aquella localidad que vio nacer a ilustres personalidades como Federico García Lorca o de Manuel de Falla. 

Tejados en Granada con flores y la Alhambra al fondo

Al igual que me pasó en Cádiz, la experiencia fue memorable. Al hecho de estar varios días en un mismo lugar, sin prisa, se sumaba que iba sola y no tenía que rendir cuentas a nadie. Así, con la seguridad de que no iba a aburrir a nadie por hacer X cosa, me senté en la Catedral de Granada a escuchar el ensayo del organista durante más de media hora. Fue delicioso. 

Después vino la pandemia, y la obligación de parar, en muchos aspectos de nuestra vida, hizo que todo se volviera slow. Me costó bastante retomar los viajes, por muchos motivos, pero cuando lo hice, conservé esa filosofía (si es que puede llamarse así). 

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Las siguientes escapadas las he disfrutado mucho, tratando de ver varios sitios si el tiempo lo permite, pero nunca volviendo a aquella locura de ver a trompicones todos los lugares posibles, como si de una competición se tratara. Me recreo en la preparación del viaje, en el durante y también en el después, cuando sonrío viendo cada fotografía y leyendo los apuntes que tomo mientras viajo. 

A veces, el refranero es sabio, y en este caso lo de “menos es más” o “más vale calidad que cantidad” es aplicable a recorrer el mundo, al menos en mi humilde opinión. Ojalá poder seguir haciéndolo durante muchísimo tiempo. 

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